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Producir el polvo

Los precursores son llevados a una casa de seguridad en espera de que los cocineros los compren para vender el producto a los grandes capos del cártel, o bien sean utilizados directamente por los líderes de la estructura.

“A nosotros nos cuesta producir un kilo dos mil dólares, pero aquí podemos venderlo en tres mil 500, a veces en cuatro mil; ese mismo kilo en Tijuana uno lo revende en siete mil dólares. Pero si uno logra pasarlo a Los Ángeles, allá lo revendes en 12 mil dólares. Pero si el cliente está en Nueva York, allá te lo pagan en 35 mil dólares”, cuenta un cocinero de fentanilo, quien dijo haber comprado la receta para cocinar la droga en 50 mil dólares.

El joven explica que ellos cocinaban heroína blanca hecha con opio, pero debido a que el mercado se fue inclinando hacia las drogas sintéticas debió adaptarse a la demanda del mercado. Y, en un afán por ofrecer lo que se le pedía, terminó comprando la receta, que incluía una explicación sobre cómo maniobrar con el fentanilo, y cómo protegerse del químico.

La charla se logra gracias a la orden directa de uno de los jefes. Dispone que nos permitan documentar la producción de fentanilo en una cocina clandestina que está en medio de las montañas en Sinaloa. El cocinero, no muy convencido, acepta llevarnos al lugar, siempre cuestionando si somos agentes encubiertos de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) o si realmente somos periodistas.

La duda permanece mientras estamos con él, y no importa explicación alguna que destruya esa idea. La incredulidad del cocinero continúa, pero ante la orden de atendernos de parte de su jefe no le queda opción.

Llegamos a una choza con techo de lámina negra y madera que por la parte posterior se encuentra cubierta con tierra, hojas y piedras para dificultar su visibilidad desde el cielo. En este lugar los dos cocineros comienzan a preparar los utensilios para cocinar la droga.

Uno de ellos corre a varios metros de la choza y, con una pala, comienza a escarbar.

Descubre un tanque de 200 litros semienterrado donde resguardan los precursores y otros ingredientes con los que cocinan el fentanilo.

Mientras extrae botellas y sacos con polvo, el cocinero explica que el fentanilo que ellos entregan es puro, es decir, no contiene ningún corte ni está rebajado con otras sustancias. Añade que quienes realizan este último proceso son los vendedores en las calles de los Estados Unidos que cortan la droga hasta 10 veces.

“Uno nomás la cocina, pero quienes la manipulan y la cortan o la dejan muy fuerte son los vendedores en las calles de Estados Unidos. Los gringos nunca dicen eso ni se escucha nunca que agarren a los que la venden en las calles, y nos echan la culpa a nosotros de que estamos matando gente”, dice el joven entrevistado antes de que se diera a conocer la operación Última Milla, que se trató de la detención de vendedores de fentanilo en las calles de los Estados Unidos asociados a los cárteles de Sinaloa y Jalisco.

Una vez con los precursores y otros ingredientes en su poder, los dos cocineros empiezan a prepararse para evitar, o al menos minimizar una posible intoxicación que en la mayoría de los casos resulta mortal. Camisa gruesa de manga larga, rostro cubierto con una mascarilla con acrílico transparente al frente y dos válvulas para respirar, además de guantes y un delantal de plástico grueso que les cubre el cuerpo.

Sólo entonces ambos cocineros se disponen a mezclar los precursores que han cruzado el océano de manera clandestina.

Valiéndose de mezcladoras industriales que sostienen con ambas manos, uno de ellos empieza a revolver los químicos que compran en México, como el acetato y el bromometil, con los precursores venidos de China, particularmente uno al que ellos se referían como “propionilo”, que es en realidad el Cloruro de Propionilo, una sustancia controlada desde 2021, como parte del combate al fentanilo ilegal.

Así, entre vapores capaces de intoxicar a cien personas al mismo tiempo, se inicia la primera de tres fases para producir la droga sintética. A petición de los dos cocineros que no rebasan los 25 años, se acuerda mantener una distancia cauta para no intervenir en la producción de la droga, la cual debe ser de al menos dos metros. Desde esa distancia, sin embargo, pueden apreciarse los gases elevarse y correr en todas direcciones.

Se escucha el motor de la mezcladora y ambos cocineros cuidan no desperdiciar una sola gota del precursor. Es dinero. La actitud tiene sentido: el propionilo lo compran en 7 mil pesos el litro. Sin este ingrediente es imposible producir la droga. Pero también se mezcla con un ingrediente conocido por ellos como “79”, otro precursor que también viene de China y por el que pagan 500 dólares el kilo, para al final agregar un último químico conocido como “Boc 22”, también traficado desde China.

“Son tres fases: la primera en que se hace la galleta y que es cuando se mide la cantidad de propionilo a usar y cómo se va a mezclar con acetona y agua para lograr una reacción química, entonces se procede a agregar el ‘79’, que provoca una mezcla más sólida. Entonces pasan la droga a otro contenedor, donde los exprime con una manta blanca para seguir con el último paso que es agregarle calor para que se complete la reacción química y quede listo el fentanilo”, explica uno de los cocineros, siempre celoso de su receta.

Lo que resta es colocar el producto en una cacerola plana y ponerlo bajo el sol unas dos horas para que el fentanilo seque y quede listo para llevarlo a una nueva locación.

Los pedazos, que parecen piedras de yeso, son licuados hasta convertirse en un polvo muy fino color blanco. Después es pesado y empacado.

A partir de ese momento, el dueño de la droga puede venderla como está o continuar un nuevo proceso: tomar el fentanilo y mezclarlo con otros ingredientes, incluyendo azúcar, para producir las pastillas M-30.

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